martes, 17 de agosto de 2010

Toros prohibidos por políticos cobardes.

Desde mucho antes de que el parlamento catalán prohibiese las corridas de toros en todo el territorio del cual goza jurisdicción, ya eran muchas las opiniones que sobre el tema se dijeron y escribieron. Después, quizá hayan sido más las voces que, en uno u otro sentido se han escuchado. No creo que quede en España nadie que no sepa nada de la noticia, y serán muy pocos los que de verdad se declaren indiferentes. A pesar de que la afición taurina ha ido perdiendo adeptos con el paso del tiempo.

Yo también me voy a sumar a la corriente, por numerosa y tumultuosa, de personas que tienen algo que decir al respecto.

Antes que nada decir que suscribo todo lo que los defensores de la fiesta dicen; y reniego de lo que apuntan los antitaurinos-prohibicionistas. Es este un asunto, en el que no quiero hilar fino. No quiero tener que pararme a estudiar diferentes argumentos. Que si las cosas no son blancas ni negras, que las dos partes tienen algo de razón, que si todo es un arco de matizados grises del que hay que percatarse. Ni hablar. He sido un niño que jugaba con un palo y una toalla a dar pases a sus amigos, que hacían de toro con desinteresado entusiasmo, y aspiro a ser un viejo que encuentra emoción en asistir a una corrida de toros.

Voy a centrarme, una vez dejada clara mi posición, en mi opinión sobre los parlamentarios catalanes que votaron la prohibición de las corridas.

Son unos cobardes y unos canallas. Y tan oportunistas como solo lo pueden ser unos políticos que están a la que salta para aprovechar la posibilidad de pasar de servidores públicos a ventajistas. Con vistas a atornillarse en la poltrona.

Porque prohibir hoy en día las corridas de toros en Cataluña, es como rematar a un anciano o terminar de ahogar a un náufrago.

Todo el siglo XX fue, con débiles subidas motivadas por genialidades individuales típicamente españolas, una decadencia de la fiesta y del arte del toreo. Es por eso, por lo que prohibir las corridas de toros me merece tales afirmaciones.

Mi abuelo era contemporáneo de Hemingway. Nació un año después del Nobel mas taurino. Sin ninguna intención doctrinal, fue quien inició mi interés por los toros, comentándome anécdotas y recuerdos de su juventud. Destacaba, sin pararse a decidir sobre su significado, de la circunstancia de que en su época, los caballos del picador no estaban protegido por un peto. Algo que el autor de "The sun also rises", y de "Muerte en la tarde", mencionó como el inicio de una decadencia imparable. No es lo mismo demostrar la bravura de un toro, acometiendo armado con dos puntas de cuerno, contra el conjunto de un caballo y un hombre armados por una punta de hierro, estando las dos partes desnudas, a hacerlo, una desnuda y la otra acorazada.

Después vino Franco, con su nacionalismo español, a hacerse en exclusiva con la imagen y uso de la fiesta nacional. Consiguiendo que una de las dos Españas, la que había perdido la guerra, se sintiera, por lo menos incomoda en un festejo taurino.

Luego el afeitado, fraude de origen interno gran descafeinador de la fiesta, que parece ya superada.

A continuación, los turistas, ignorantes muchos de ellos de cualquier referencia relacionada con los toros. Y los empresarios oportunistas que preparaban corridas de pandereta para asegurarse rápidos beneficios con la certeza de que la plaza se iba a llenar con esta nueva masa de espectadores.

Y por último, la tele de plasma, el cine, el teatro, el fútbol, el tenis, el tour de Francia, los conciertos de toda clase de música,el amor libre, y una larga lista de opciones lúdicas, artísticas y culturales, han competido con las corridas mermando mucho la pujanza de éstas como espectáculo.

Por tanto, solo unos cobardes oportunistas podían haber rematado algo que en Barcelona, estaba débil. Alguien capaz de sin ningún sonrojo hacer la cuenta de los votos que van a perder o ganar con la medida, y toman la decisión que la calculadora emite después de unas rápidas sumas y restas.

Disfrutando con el puntito maligno de dar a una parte del pueblo, su dosis de antiespañolismo en este caso representado con el asunto taurino, en espera del siguiente capricho, que tendrá que ser más sabroso, pues de todos es sabido que el nacionalismo necesita siempre, una dosis mayor en su siguiente toma.

Por último: ¿alguien de los prohibicionistas se ha preguntado que pensaran los toros de todo esto?

Si,si, ya se que los toros no hablan, pero como el anterior Papa comento ex-cátedra, que los animales grandes, como los mamíferos, tienen alma, me permito ponerme en su lugar, para darles voz y pedir que les dejen vivir cinco años en libertad, en vez de extinguirse totalmente, realidad a la que les han condenado los parlamentarios catalanes que han prohibido las corridas.

Miguel Zarranz.

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